Historias: una fuerza delicada para cambiar el mundo

1. En una universidad, se observa la realidad y se intenta analizarla profundamente. En la facultad de comunicación, donde queremos formar a los futuros portavoces de la Iglesia, hablamos con frecuencia de temas como las noticias falsas, la inteligencia artificial, la reputación, la opinión pública, la gestión de crisis… y temas similares que condicionan la opinión pública. Sin embargo, a veces, se nos escapan herramientas o temas más ordinarios, pero que tienen una fuerza impresionante. Uno, del que hablaremos hoy, son las historias.

2. Hace unos meses me invitaron a una universidad para participar en una mesa redonda junto con un sociólogo y un filósofo. Cada uno disponía de 30 minutos para hablar. Asistían a la charla unos 100 estudiantes jóvenes. Empezó hablando el sociólogo y, aunque dijo cosas muy interesantes, a los 10 minutos había logrado que todas las cabezas estuvieran plegadas, bien porque habían caído en brazos de Morfeo o porque estaban absortos en las pantallas de sus teléfonos. ¡Les habíamos perdido completamente…! 

Tras el sociólogo habló el filósofo. Ahí tuve más dificultades para seguir lo que dijo, lo confieso, pero también recuerdo ideas interesantes. Sin embargo, las cabezas seguían plegadas. Al final, me tocó hablar a mí y, por puro orgullo académico, me propuse recuperar la atención de los alumnos. Así que fui al atril y dije: “Lo que yo os quiero decir se puede explicar bien con una historia”. En ese momento, el 50% de las cabezas se levantaron.

Todavía las redes sociales seguían secuestrando a la mitad de los chicos, y yo quería la atención de todos. Mi intención era hablarles de la necesidad de tener un ambiente estable en el que madurar, así que conté la historia del regreso de Ulises a Ítaca: “Cuando Ulises llegó a Ítaca tras 20 años perdido en el mar, todos lo confundieron con un andrajoso vagabundo; ni siquiera la hermosa Penélope, su esposa, fue capaz de reconocerlo…”. En ese momento, el 100% de los rostros me estaban mirando. Bueno, no me miraban a mí, sino que estaban con la imaginación en el palacio de Ulises, allí, en Ítaca. Me miraban sin mirarme.

Como quizá algunos recuerdan, en esa escena Penélope -enfadada con quienes comían y bebían a costa de la ausencia de su marido, pero obligada por la hospitalidad griega- manda de mala gana al supuesto vagabundo que tome su propia cama matrimonial y se vaya a dormir fuera. Ulises responde: “Aunque quisiera, no podría moverla. Pues yo mismo la construí a partir de un olivo que aquí crecía y una de las patas de la cama está enraizada en el suelo”. Era un detalle que solo conocían ellos dos, pues se trataba del lecho matrimonial, su lugar más íntimo. Revelado el secreto, los ojos de Penélope se abrieron; reconoció a su marido y, llena de lágrimas, se fundió con él en un abrazo. La Odisea lo narra así: “Abrazó la fiel esposa a Ulises, con la misma fuerza con que los náufragos desean la tierra; con gran deseo le miraba, y de su cuello no apartaba sus cándidos brazos…”. Les puedo asegurar que en aquella aula se podía cortar el ambiente: ¡y no se trataba de un vídeo de TikTok, sino de una historia que tiene casi 3.000 años! Lógicamente, no era mérito mío, sino del mismísimo Homero, autor de la Odisea. 

3. Ese día me planteé en serio la pregunta que les propongo hoy: ¿por qué esos jóvenes levantaron la cabeza? ¿Cuál es el poder de las historias? ¿Qué tienen las anécdotas para quedarse impresas en nuestra memoria, para emocionarnos, para hacernos entender las cosas con una luz particular? Gracias a las historias podemos hacer callar a un niño que llora o entretener a un estudiante aburrido; podemos convencer a un cliente de que compre un objeto, persuadir a los votantes para que apoyen a un candidato o suscitar en alguien las ganas de entregarse a Dios o de volver a Él.

Así es: una historia puede cambiar una vida. La Iglesia las ha contado desde el inicio: Jesús contaba parábolas maravillosamente. Quizá en nuestros días, en un momento histórico en el que tanta gente ya no entiende el lenguaje de la fe, tendríamos que redescubrir y usar más el maravilloso potencial de las historias. Algunos ejemplos recientes, como la serie The Chosen, muestran que hay en la sociedad una enorme sed de historias profundas.

4. A veces despreciamos las historias simplemente porque las asociamos al entretenimiento; pero el entretenimiento es algo muy serio (por eso paradójicamente para que funcione tiene que ser divertido). Quizá hay quien desprecia las historias porque no puede usar palabras raras para contarlas, esos paroloni -como se dice en italiano- que nos gustan tanto en el mundo de la academia, palabras como hermenéutica, paradigma o propedéutico. Con las historias hay que ser sencillos porque de lo contrario no te entienden. Las historias, repito, son algo muy serio.

5. Por eso, volvamos a preguntarnos: ¿Cuál es el poder de las historias? ¿Dónde reside su fuerza? ¿Cuál es su fórmula mágica? Para responder a estas preguntas daré tres respuestas, y en cada una de ellas pondré un ejemplo:

a. El primer motivo del poder que ejercen las historias sobre nosotros es que, como decía Aristóteles, “pertenece a nuestra naturaleza el deseo de imitar. La imitación es connatural al hombre desde la infancia, por esto los hombres se distinguen de los animales” (Aristóteles, Poética, I,4,5-10). Las historias imitan la realidad, pero no nos comprometen en ella. Por eso, son para nosotros como un campo de entrenamiento. Nuestra naturaleza imitadora está a gusto con las historias. Queremos saber cómo el protagonista resuelve un conflicto porque de alguna manera también nosotros hemos vivido o viviremos un problema similar. Para ilustrar esta idea querría poner un breve vídeo. 

Quizá al principio les ha sorprendido ver a un rabí hablando de langostas. Es normal, no suele ser muy habitual. Pero, poco a poco, nos ha interesado qué iba a ocurrir con el pobre animal. Solo al final, hemos descubierto que en realidad, la langosta éramos nosotros. Que su conflicto era el nuestro, porque tantas veces hemos rehuido el cambio, la dificultad, el esfuerzo. La enseñanza final es clara: imitemos a la langosta, que acepta el dolor de la transformación. “Pertenece a nuestra naturaleza el deseo de imitar…”.

b. El segundo motivo del poder de las historias es fisiológico: las historias son eficaces porque nuestro cerebro está creado para procesarlas. No hace muchos años, un grupo de investigadores de la Universidad de Parma descubrió lo que se llama las neuronas espejo. Si hay aquí algún neurólogo, le pido perdón por la simplificación, pero intentaré explicar en qué consiste eso. En pocas palabras, han descubierto que cuando alguien nos cuenta algo, la parte del cerebro que se activa en el narrador es la misma que en quien escucha la historia; si la historia es alegre, ambos cerebros desarrollan la misma actividad para procesar esa alegría; si es triste, lo mismo. Es decir, la empatía que surge de las emociones tiene una base neurológica. Nuestro cerebro está hecho para la compasión, para compartir emociones con los demás. Les voy a mostrar un anuncio que nos permitirá comentar esta idea. Es una publicidad que ha dado mucho que hablar en Italia este verano. Lo ha producido una cadena de supermercados llamada Esselunga

Uno se puede preguntar: ¿por qué un supermercado, que vende naranjas, lechugas y pepinos se gasta un dineral contando una historia de sufrimiento y reconciliación? La respuesta es una palabra: conexión. El supermercado conecta con nuestro miedo, con nuestra fragilidad y nos dice: sé que cuendo vienes a comprar no eres sólo un cliente, sé que eres una persona. Con tus heridas, con tus problemas, con tus conflictos familiares. ¿Quién no los tiene? Así, con una historia, logra conectar emocionalmente con nosotros. Y la próxima vez que un italiano vaya a comprar y dude si ir al Carrefour o a Esselunga, recordará que una vez se sintió comprendido por uno de los dos. Este tipo de publicidad -que busca la conexión emocional- está cada vez más extendido.

c. El último motivo del poder de las historias es que estas nos aportan sentido vital. Nos explican realidades, o hablan a preguntas o inquietudes que llevamos dentro, pero a las que no somos capaces de responder por nuestra cuenta. Una historia es como una luz que se enciende e ilumina una verdad que estaba ahí, pero que no lográbamos ver. Veamos un breve ejemplo: 

Esta breve historia la cantamos en España con una copla que muchos de ustedes conocerán: Dame limosna, mujer, que no hay en el mundo nada como la pena de ser… Yo siempre digo que la chica que corrige el cartel estudió comunicación en la Pontificia Universidad de la Santa Croce. Una historia así nos hace entender que tenemos que ayudar a los demás no porque ellos tengan dificultades, sino porque nosotros hemos sido muy bendecidos. Entendemos así que de alguna manera ser feliz tiene que tener consecuencias. Ser feliz, gozar de lo normal, tiene que tener consecuencias.

5. Por tanto, aprovechemos mejor las historias. Sólo en el ámbito de la fe, las posibilidades son enormes. En nuestras iglesias hay muchas imágenes que cuentan episodios que los más jóvenes desconocen. Para nosotros son una oportunidad de explicarles la belleza de la fe. Las vidas de los santos son otra fuente de inspiración que tendríamos que aprovechar más. Para quienes siguen un camino particular en la Iglesia, es muy importante volver a releer la vida del fundador o fundadora, porque en esa historia -en esas anécdotas de su vida en las que nos habla Dios- está la semilla de algo que con el tiempo dará muchos frutos. Este “volver a los inicios” es especialmente importante cuando se atraviesan momentos de confusión o desánimo. Son historias que vuelven a dar vida en quienes las leen.

6. Cada uno de nosotros tiene también sus historias que puede compartir. Imagino que muchos de ustedes están casados: qué importante es que sus hijos o sus nietos conozcan la historia del día en que se conocieron o el tiempo que pasaron de novios y las mil y una aventuras que habrán acumulado durante sus vidas. Sus recuerdos pueden alimentar los sueños de quienes tomarán el relevo. 

7. Termino con una frase del Papa Francisco que resume bien lo que aquí hemos dicho: “Necesitamos historias que saquen a la luz la verdad de lo que somos, incluso en la heroicidad ignorada de la vida cotidiana. Sumergiéndonos en esas historias, podemos encontrar motivaciones heroicas para enfrentar los retos de la vida”.

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