10 consejos: sacerdotes en internet

Como bien sabéis, cada sacerdote está particularmente identificado con Cristo y con la Iglesia. En él, creyentes y no creyentes ven algo más que una persona con nombre, apellidos, rasgos, opiniones y pareceres propios: ven a un ministro del Señor y un representante de la Iglesia.

Por eso, la imagen que ofrece un sacerdote puede facilitar o dificultar el cumplimiento de su misión. En nuestros días, esta percepción que se forman los demás se construye también en  internet, especialmente desde que a partir de 2005 diversas plataformas -como Whatsapp, Instagram, Facebook o LinkedIn- han favorecido la participación activa de los usuarios.

Además, en los últimos años -en parte debido a la pandemia- está aumentando el uso de los medios digitales para elaborar y difundir contenidos. Por esto, deseo compartir en este vídeo algunas experiencias y consejos que pueden ser útiles en el uso de esos medios, desde el punto de vista de la comunicación y del apostolado de la opinión pública.

Esta charla no pretende ser un manual sobre “cómo” estar en internet, sino una reflexión que ayude a reforzar la unidad de vida en este ámbito, para ponerlo al servicio de la identidad y misión del sacerdote, que está llamado a ser otro Cristo. En este vídeo vamos a sugerir diez ideas sobre la propia presencia y actividad en la red:

  1. La primera idea es que, de algún modo, todos estamos presentes en internet. No hace falta convertirse en un influencer o en un nativo digital para reflexionar sobre nuestra relación con las tecnologías e intentar mejorarla. Cuando usamos las redes, cada uno de nosotros está dejando un rastro en ellas: algunos lo hacéis activamente, publicando y compartiendo contenidos; otros, simplemente navegando e interactuando con vuestros contactos más cercanos.

Cuando escribimos un Whatsapp, escuchamos música online, vemos videos en YouTube, hacemos una búsqueda en la web o redactamos un correo electrónico, estamos reflejando nuestros intereses, y en esas actividades nos comportamos como somos. De esta manera, los demás se van formando una idea de nosotros.

Pensad en vuestros conocidos y en cómo influye su actitud en la red en la idea que tenéis de ellos: está aquel que nunca responde a los mensajes, el que comparte curiosidades en un grupo familiar o de amigos, el que publica audios que ayudan a rezar, el que se distrae con los mensajes que le llegan, el que envía mensajes a medianoche, etcétera.

El uso de internet es performativo: es decir, nos cambia, altera nuestro modo de ver el mundo y a los demás. En definitiva, está claro que nadie es ajeno a los cambios que ha introducido la red, que se ha convertido en un ámbito más en el que cuidar y potenciar la unidad de vida.

  1. La segunda idea trata sobre la necesidad o no de estar en las redes sociales. ¿Conviene participar en ellas o pierden el tiempo quienes les dedican parte de su día?

Lo cierto es que no hay una respuesta única: participar o no activamente en las redes sociales o utilizar otras herramientas digitales es una decisión personal,que lógicamente necesita estar abierta al consejo. Para unos puede ser un instrumento que les permita llegar a mucha gente y desarrollar su creatividad pastoral; para otros, en cambio, puede convertirse en una distracción inútil, que absorbe mucho tiempo.

También hay que considerar que hay quien tiene el talento para comunicar en esas redes y hay quien no lo tiene. En ocasiones, será prudente discernir si se poseen las capacidades necesarias, pidiendo consejo a otros o valorando el impacto del propio trabajo. También en esto vale el dicho de que “nadie es buen juez en causa propia”.

Quien participe activamente en las redes debe darse previamente una misión, un objetivo, y, por tanto, evitar la improvisación. Esta es una de las ideas principales que querría transmitir. Conviene tener un propósito claro. Esa propósito puede ser, por ejemplo, difundir en redes un servicio cultural o pastoral, inspirar con mensajes del Evangelio, publicar contenidos que unan arte y fe, etcétera. Si no tenemos un objetivo claro, es mejor no hacer nada.

Y quienes no seáis usuarios muy activos de internet, conviene que conozcáis mínimamente las dinámicas de las redes sociales, porque son realidades que influyen en la vida de muchas personas que acuden a hablar con vosotros -especialmente jóvenes y jóvenes profesionales-. Estas redes condicionan su visión del mundo, de los demás y de la fe. Podemos no usar estos canales digitales, pero ignorarlos sería a mi juicio un error.

  1. En tercer lugar, sugiero prestar atención a la propia imagen digital: por ejemplo, publicando una foto del rostro en el propio perfil de Whatsapp, en la que se aparezca vestido de sacerdote y sonriendo, si es posible. El fondo puede ser neutro o irrelevante.

No solo la imagen del perfil es importante, sino que cualquier otra foto -como las que ponemos en el estado de Whatsapp o las imágenes que subamos a una cuenta de Instagram o a un blog personal- tienen que comunicar, a mi modo de ver, algo positivo y de significado inequívoco, ya que no todos nuestros contactos nos conocen por igual.

Por ejemplo, está bien que un sacerdote publique en un grupo familiar de Whatsapp una foto con su prima de 20 años, para informar a la familia de que se han encontrado después de mucho tiempo. En cambio, publicarla en otro ámbito, por ejemplo en el propio estado de Whatsapp -al que tienen acceso todos nuestros contactos-, podría generar otro tipo de reacciones e incluso confundir a mucha gente. Por estos motivos, hoy en día vale la pena seguir cuidando la prudencia.

También es importante prestar atención al contexto de la foto en el que uno aparece, un elemento que a veces podemos pasar por alto. Por ejemplo, durante el lockdown del coronavirus algunos sacerdotes publicaron videos con reflexiones muy edificantes, pero lo hicieron desde los verdes y amplios jardines de sus casas. Imaginaos qué podían pensar algunos de los que -encerrados en pocas habitaciones- les escuchaban hablar sobre cómo llevar con ánimo y soportar con paciencia ese periodo de dificultad y aislamiento…

Por último, podemos valorar cómo afecta a nuestra imagen la presencia de otros en la foto -p.ej. niños de un club o de una parroquia, personas vestidas con poco decoro, etcétera-.

  1. La cuarta idea es de sentido común, pero no está de más insistir: los contenidos que publiquéis tienen que ser coherentes con la misión y la identidad del sacerdote.  Las redes sociales no sólo sirven para proponer contenidos, sino que además dan pie a que se establezca una gran conversación con el resto de usuarios. En ella, a veces, es posible olvidar que los sacerdotes no sois simplemente un ciudadano más, sino que la gente ve en vosotros a la Iglesia, y a veces es posible que lo que leen o ven confirmen sus prejuicios negativos.

Por ejemplo, desahogarse contra una medida emprendida por el Gobierno, bromear porque el derbi local ha beneficiado al propio equipo de fútbol, dar a entender de algún modo que uno apoya o se opone a una causa de tipo social o político, o criticar a quien piensa de modo distinto en cuestiones opinables sobre la vida de la Iglesia son contenidos que -aunque sea legítimo tener un parecer sobre ellos- en muchos casos será mejor evitar porque crean división. Sin quererlo, algunos lectores se pueden alejar del sacerdote, porque lo ven opuesto a ellos en cuestiones profundas, y echan en falta ese grado de empatía que es necesario para pedir consejo en materias espirituales o íntimas. Es necesario, en cambio, que nada impida a la gente ver en el sacerdote a Cristo que acoge a todos. Un like o un comentario en redes bastan para causar esa división y situarnos en un bando, por lo que convendrá ser prudentes.

Otra cuestión importante es considerar que en las propias publicaciones cualquier persona tiende a incluir, a veces sin darse cuenta, detalles de la propia intimidad (por ejemplo, si se está enfermo o se está pasando un momento feliz, anécdotas de la propia vida o ideas que nos inquietan en un momento dado): el celo por la vida privada que cualquier persona común debe tener en redes es particularmente importante en el caso de un sacerdote.

Así como protegemos nuestra propia intimidad, también tenemos que ser cautelosos para evitar dar noticias sobre la vida de otras personas que no nos corresponde dar.

Como es sabido, las plataformas conservan memoria de nuestras publicaciones. Por ejemplo, es difícil borrar el rastro de un contenido que hemos compartido en un momento de enfado. Estas publicaciones pueden perseguirnos durante años, aunque hayan cambiado nuestras opiniones o las circunstancias. Aunque las borremos, existen muchas posibilidades para hacer capturas de pantalla, que resultan sencillísimas de compartir. Es decir, que cualquier conversación, aún una vez borrada, puede seguir existiendo.

No hay que tener miedo de la red, sino empeñarse por ser coherentes, positivos, constructivos… Como dijo Benedicto XVI, “se pide a los presbíteros la capacidad de participar en el mundo digital en constante fidelidad al mensaje del Evangelio”. Esta fidelidad al evangelio se reflejará a veces en nuestros contenidos explícitamente espirituales; y otras, simplemente, en una actitud en redes llena de caridad, espíritu positivo y prudencia.

  1. En quinto lugar, recordamos que es necesario ser siempre conscientes de la amplitud del público que nos puede leer o escuchar. En internet cada uno de nosotros se expone al juicio de mucha gente, no solo de aquellos que tenemos en la cabeza a la hora de publicar un contenido.

Tengamos presente que lo que compartimos por la red puede llegar a cualquier destinatario: una conversación de Whatsapp, incluso con un familiar menor de edad, un mail que enviamos a un amigo o un vídeo que nos graban para un cumpleaños tienen la potencialidad de llegar a destinatarios que jamás hubiéramos imaginado. Esta capacidad de difundir un contenido más allá de los destinatarios para los que fue pensado, se llama viralización. La viralización en sí es positiva, porque nos permite llegar a gente muy lejana; pero, al mismo tiempo, requiere prudencia para no decir o escribir lo que no queremos o no conviene que otros sepan. En ocasiones será mejor utilizar alguna expresión prudencial como por ejemplo: “Te contaré cuando nos veamos”.

La información de contexto que hace falta para comprender bien un mensaje se va perdiendo progresivamente conforme este mensaje se viraliza. Cuanto más lejos llega, peor se conoce el contexto en el que interpretarlo. Por ejemplo, imaginemos que un sacerdote de un colegio quiere promover la confesión y publica en el canal Instagram de la capellanía un post que dice: “No temamos al coronavirus, sino a los virus de la pereza y de la envidia”. Quien está en el colegio y conoce el contexto, entiende qué se quiere decir; pero quien no, puede pensar que el sacerdote es un negacionista y que difunde sus ideas entre los niños. Otro ejemplo puede ser el dar una opinión sobre algún tema concreto, que luego resulta citada en otro país o contexto como “la declaración de un sacerdote de…”. Todos sabemos lo fácil que es deformar un mensaje cuando no se conoce al emisor. Por eso invito a que nuestras propuestas sean lo más inequívocas que se pueda, siempre con sentido común. Si un mensaje nos provoca dudas, será mejor pedir la opinión a alguien de confianza.

Recuerdo que con estas sugerencias se desea invitar a todos a ser prudentes y a reflejar en las redes la gravedad e identidad sacerdotal. Estoy convencido de que un sacerdote puede hacer mucho bien en internet, siempre que ponga cuidado en aquello que publica. Por ejemplo, antes de lanzar algo a la red, aconsejaría que se haga las siguientes preguntas: ¿gustará a mis amigos? ¿Lo entenderán los amigos de mis amigos? ¿Puede sorprender a quien no me conoce? ¿Qué puede pensar otro sacerdote de la diócesis en donde trabajo?

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https://youtu.be/LfpFn2DcO1A
  1. Con la sexta idea queremos recordar que el canal elegido forma parte del mensaje. Como se sabe, cada plataforma favorece un estilo de comunicación y permite acceder a públicos diversos. Whatsapp sirve para la comunicación con conocidos; Facebook, para crear grupos en torno a una idea, a una persona o a una causa; Instagram, para compartir aspectos de la propia vida; Twitter, para opinar en torno a la actualidad; los podcast para poner el acento en la voz, etcétera… El canal que cada uno escoja para comunicar es importante.

Por ejemplo, considero que a veces tendrá poco sentido publicar en Youtube un vídeo de un sacerdote que predica una meditación, ya que la imagen en este caso cuenta poco, y quizá sea mejor ofrecer un podcast.

Algunas plataformas más nuevas, como Snapchat o TikTok, ofrecen más bien contenidos de carácter lúdico. Puede resultar difícil encontrar en ellas el tono adecuado para un sacerdote. En general, son plataformas desenfadadas, con más tendencia al contenido efímero, y dirigidas a un público muy joven. En muchas ocasiones, adecuarse a ese lenguaje puede poner al sacerdote en una posición particularmente extraña de cara a la sociedad. Con todo, ya hay algunos ejemplos positivos.

  1. La séptima idea es que el mensaje se transmite mejor si se cuida su calidad formal y técnica. Por ejemplo, antes de participar activamente en una red social, conviene asegurar que se domina el lenguaje y el estilo que le son propios. Es necesario rellenar bien las informaciones que nos identifican en una plataforma, utilizar hashtags, estar dispuestos a responder a las preguntas de los usuarios, poner likes o comentarios a otros contenidos, etcétera. Podríamos decir que cada canal tiene su propia gramática.

Si publicamos un vídeo o realizamos una emisión en directo, la iluminación tiene que ser buena y el fondo no debe distraer a los espectadores; tanto en los vídeos como en los podcast de audio, el sonido tiene que tener calidad, para lo cual a veces será necesario hacer muchas pruebas antes o invertir algo de dinero en un micrófono de botón o en una luz que ilumine bien al ponente. Además, habrá que evitar cosas que dificulten la atención del usuario, como golpear la mesa, contar con una pobre conexión a internet o que ocurran cosas que distraigan al espectador.

En el caso de las fotografías o los memes, es oportuno que sean estéticamente agradables y modernas.

La poca habilidad técnica en general no es una buena excusa, ya que existen numerosas herramientas gratuitas online que ayudan a cuidar la presentación formal tanto de textos, como de audios y de vídeos.

Vuelvo a subrayar aquí, por tanto, que participar de forma activa en las redes requiere un cierto grado de profesionalidad y tiempo, para que el empeño realizado valga la pena.

Se trata de hacer bien el bien, y en internet esto pasa por cuidar mucho los aspectos formales y técnicos.

  1. En octavo lugar recordamos que hay mensajes que no se dicen con palabras, sino que se transmiten de otros modos. Antes hemos hecho referencia a los objetos que nos rodean y que pueden ser interpretados erróneamente en una foto, como por ejemplo unas botellas de vino sobre la mesa o un rostro sudado. También puede ser mal interpretado el contexto en el que se graba un vídeo, si es por ejemplo un lugar con abundantes mármoles o una habitación decorada con objetos costosos. Recordamos que, aunque el mármol o las botellas de vino sean bienes legítimos, en la red nuestros contenidos tienen la capacidad de llegar a públicos muy lejanos y estos detalles pueden reforzar sus prejuicios negativos.

Junto con estos, hay otros elementos que hablan por nosotros: por ejemplo, la frecuencia con la que publicamos contenidos online. Una excesiva actividad -como pueden ser mensajes constantes de Whatsapp o de Facebook- puede hacer pensar a otros usuarios -con fundamento o no- que esa persona no tiene otra cosa que hacer y que se puede permitir el lujo de vivir volcado en las redes. En el extremo opuesto se encontraría quien poseyera canales en las redes y no los actualizara, transmitiendo así desidia. En este caso, es bueno que se considere la posibilidad de cerrar definitivamente esos canales.

Otro detalle que contribuye a la percepción de los demás es la hora del día a la que se publican contenidos o se interactúa en la red. Aunque solo sea por cuidar el descanso, conviene no estar activos a altas horas de la noche.

  1. Nuestro penúltimo consejo se refiere a la gestión de las relaciones en internet. Así como en el mundo offline se cuida la prudencia con menores o personas vulnerables y se evita la excesiva intimidad con otras personas, conviene proceder igualmente o incluso con más cautela en la red. Por ejemplo, no se debería interactuar con menores de edad en ningún caso. Es algo que la legislación civil exige en varios países y el único modo para evitar cualquier malentendido futuro.

También convendrá, por motivos de prudencia, evitar escribirnos con frecuencia con personas con las que debamos evitar el trato íntimo. Sugiero también que os aseguréis de que no causa extrañeza si pedís la amistad a un conocido o una conocida en una red social. Por ejemplo, algunos jóvenes se pueden sentir vigilados o seguidos si el sacerdote comenta o pone un like a una de sus publicaciones.

Además, es bueno saber que cuando ponemos un like a un contenido o lo compartimos, por ejemplo en Whatsapp, estamos de alguna manera dando nuestro apoyo y consenso al autor original. Por eso, será prudente leer todo el artículo o ver todo el vídeo que queramos compartir, y analizar mínimamente al usuario del que proviene la fuente, si no le conocemos. Esto es especialmente importante si la noticia o el contenido son curiosos o sorprendentes: antes de compartir, es necesario analizar. No sería la primera vez que alguien difunde un material positivo que proviene de un autor que, a su vez, produce habitualmente contenidos muy negativos. Darle eco implicaría, para muchos usuarios, que le apoyamos en todo.

Puede ocurrir también que un sacerdote que publica contenidos espirituales en la red acabe teniendo un nutrido grupo de seguidores. Aunque no se desee, este trabajo puede llegar a otorgar una cierta popularidad. De ese modo, se hacen famosas las “meditaciones de don Fulanito” o las “reflexiones de padre Menganito”. Esto puede ser algo muy positivo, pero si se intuye que ese protagonismo podría acabar convirtiéndose en un peso, puede ser conveniente ponerse a trabajar en equipo con otros sacerdotes, para distribuirse el trabajo y no asumir toda la responsabilidad.

  1. La última idea es recordar algo ya sabido, y es que el uso de la red como instrumento pastoral es siempre una tarea que complementa y refuerza el apostolado presencial. El trabajo pastoral en red tiene sin duda un impacto real: ayuda a muchas personas, hace más humana a la Iglesia y puede facilitar el acercamiento a Dios; con todo, conviene estar atentos para que el tiempo que un sacerdote dedica a estas tareas no perjudique sus encargos presenciales, en particular, la disponibilidad para ofrecer los sacramentos, el acompañamiento espiritual, etc.

Fácilmente pueden atraernos las cifras que ofrecen las redes sociales. Existe el riesgo de que la actividad digital nos distraiga de otra más urgente: rezar y trabajar con creatividad en un ambiente donde quizá cuesta la labor presencial o donde es necesario vigorizar las tareas que se llevan a cabo. Los ámbitos online y offline son compatibles, pero uno debe de estar al servicio del otro.

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Decíamos al principio que nuestra presencia en la red y nuestra vida fuera de ella se influyen mutuamente. Cuidar con esmero la propia actividad digital -sea el simple intercambio de Whatsapps, sea una presencia más proactiva en las redes sociales-, os ayudará sin duda a reflexionar sobre vuestra identidad de sacerdotes y os ayudará también a conocer mejor las inquietudes de las personas a las que queréis llegar.

Espero que estas ideas os ayuden a alargar vuestra presencia y vuestro afán apostólico a nuevos espacios. Gracias.

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